PARET. Museo del Prado. ÚLTIMA SEMANA, HASTA EL 21 DE AGOSTO 2022.
Para los amantes del arte y de la belleza, que estén por el tórrido Madrid, una sugerencia: PARET en el Museo del Prado. Es la última semana, hasta el 21 de agosto, para disfrutar de la exposición monográfica dedicada a un pintor poco conocido, pero que resulta fundamental para saber más del siglo XVIII, del que es un gran cronista.
Está comisariada por Gudrun Maurer, conservadora de la pintura del siglo XVIII y de Goya, del Museo del Prado, y es resultado de la tendencia del Museo y de su director Miguel Falomir, de organizar muestras para dar a conocer este tipo de pintores, menos populares. Se le considera un pintor de gran calidad y esta exposición supone un intento de volver a reescribir la Historia del Arte, que, por otro lado, es una ciencia viva que necesita de continuas revisiones.
Luis Paret y Alcázar nace y muere en Madrid (1746-1799) y fue pintor, dibujante, acuarelista y grabador. Su padre, de origen francés, era ayuda de cámara del Duque de Uceda, y su madre, española, se dedicaba a servir a la nobleza, por lo que Luis estará rodeado de lujos y esplendor toda la vida, aunque no fueran una familia noble. Tuvo una cuidada educación, llegando a dominar francés, español e italiano, y también latín y griego. Le aceptaron como alumno de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando a la temprana edad de 10 años, dando comienzo a su corta carrera artística, ya que Paret morirá recién cumplidos los 54 años, de tuberculosis.
La vida de Luis Paret y Francisco de Goya corren paralelas, ya que nacieron el mismo año, e incluso ambos fueron aceptados como académicos de mérito de la Real Academia el mismo año de 1780. Nos hace pensar que podría ser la causa de su desconocimiento, que la figura del genial pintor aragonés haya oscurecido la del madrileño. Luis Paret y Alcázar aparece en todos los manuales de Historia del Arte, eso sí, como figura menor del siglo XVIII. Y muere muy pronto, treinta años antes que Goya. Nos Quedará la duda de como habría evolucionado su obra, 1799, año en que muere, por ejemplo, es en el que se están grabando los Caprichos.
No se trata de comparar las dos figuras, pero sí decir que Paret era un gran intelectual, propio de la Ilustración, con todas las inquietudes que ello supone. Siente además una gran curiosidad por la forma de vida de la burguesía, refinada y elegante, y así lo refleja por ejemplo, en el Baile de máscaras (1767), que retrata el primer baile de carnaval permitido en la época.
Se le ha denominado el Watteau español, de modo un poco peyorativo, haciendo alusión al pintor rococó francés, pero Paret va más allá. Su obra posee una temática variada: pinturas de interior detalladas y coloristas; magníficos paisajes del norte; retratos llenos de delicadeza, aunque escasos, de su familia y de personajes ilustres; autorretratos que indagan en su propio interior; temas religiosos y clásicos, a los que da un tratamiento original y novedoso; dibujos de la naturaleza, respondiendo al interés científico propio de la Ilustración y una ingente obra gráfica.
Pertenecería por cronología a la época del Rococó y el Neoclasicismo, sin encajar en ningún movimiento en especial, por sus toques de realiso y naturalismo. La exposición de Paret nos muestra características poco dadas en el arte español, como apunta el director del Museo del Prado, Miguel Falomir, en la presentación de la exposición: “humor, cosmopolitismo, sofisticación, elegancia, cultura…”. Se dedica a géneros poco usuales, y su paleta es mucho más colorida de lo que suele ser la de la pintura española que se basaba en grises, terrosos, pardos. En esta visión colorista del arte se aprecia la influencia de Rubens. En el recorrido de la exposición llaman la atención sus originales autorretratos, coloristas y de compleja composición y significado, que muestran su estado de ánimo, como el Autorretrato vestido de azul, de 1779, con un naufragio al fondo.
Este detallismo y la colorida paleta quedan muy bien reflejados en los dibujos de naturaleza, de aves y animales, para El Gabinete de Historia Natural del Infante Don Luis. de los cuales, La cebra, se ha convertido en icono de la exposición. Su obra gráfica, más extensa que la obra pictórica, es abundante en los tonos pasteles que han inclinado a los especialistas a compararlo con el Rococó.
Destacaría como cuadros deliciosos dos pinturas de género de pequeño formato, que reflejan y analizan la vida burguesa de la época, con naturalidad y con detalles de la vida cotidiana nunca reflejados en el arte español. Se trata de una estampa de las primeras tiendas de Madrid, la exclusiva del italiano Geniani, en la calle de la Montera (Tienda de Geniani, 1772 del museo Lázaro Galdiano). Como curiosidad este cuadro pasó a manos de la Condesa de Chinchón, hija del Infante Don Luis, y acabó en la colección del Marques de Salamanca, que, arruinado, la vende en París, donde la adquiere Lázaro Galdiano.
Otra estampa cotidiana que llama la atención es La Puerta del Sol, 1773, con sus monumentos desaparecidos: la estatua de la Mariblanaca (hoy reconstruida), la Iglesia del Hospital del Buen Suceso y el convento de Nuestra Señora de la Victoria. El recorrido de esta obra fue idéntico a la anterior, después de ser vendida en París por el Marqués de Salamanca, termina en una subasta en Londres y por fin donado al Museo Nacional de la Habana.
En cuanto al recorrido vital de Luis Paret, fue tan original como su obra. Tuvo el favor del Infante Don Luis, hermano de Carlos III, gracias al cual estuvo en Roma tres años para su aprendizaje y se dio a conocer en los círculos artísticos más exclusivos ( Carlos III comiendo ante su corte y Las parejas reales, Aranjuez 1770). Esta bendición pronto se convirtió en maldición, se le acusó de cómplice de los amoríos del mencionado Infante Don Luis, y el rey lo desterró a Costa Rica, tres años (1775-1778), donde seguirá pintando sin descanso, y luego unos años a Bilbao, ya que se le había conmutado la pena del destierro y se le aplicó ” el alejamiento temporal a cuarenta leguas de la Corte y Sitios Reales”.
De esta etapa bilbaina son los paisajes del Norte. Cuando llegas a esta parte de la exposición, (Vista de Bermeo, Arenal de Bilbao, Fuenterrabía) descubres a un pintor de pinceladas muy delicadas, que está transformando este género. La España que muestra es diferente a la de Goya, más implicada en la mentalidad de la Ilustración, que conecta con la burguesía, con la preocupación científica de la Ilustración, de mostrar paisajes y costumbres. Destaca a mi modo de ver La vista de Bermeo, del Museo de Bellas Artes de Bilbao, ya que representa una de las realidades económicas del país en el siglo XVIII, la importancia de los puertos del Norte. Fue un encargo del futuro Carlos IV, en 1783, todavía en el destierro bilbaíno,
Cuando pudo volver a Madrid, que se le autorizó en 1785, pero se demoró hasta alrededor de 1789, le costó volver a hacerse un sitio en el mundo de la pintura, ya que lo copaban pintores como los hermanos Bayeu, Maella y Goya. Además, tuvo ciertos problemas con la Inquisición por poseer una edición prohibida de La Celestina, aparecida en una de sus acuarelas. La Celestina ya había sido un tema tratado en 1784 (La Celestina y los enamorados.)
En las última salas de la exposición, que sorprende a cada esquina, aparece el dibujo preparatorio para La jura de Don Fernando como Príncipe de Asturias, traido del Louvre, que ha unido a la pintura del Prado y a unos dibujos de la Biblioteca Nacional, junto con una reflectografía infrarroja, que muestra el dibujo subyacente. Todo ello permite observar y analizar el proceso creativo de la obra, tan importante a la hora de estudiar a un pintor.
El recorrido por la expsoición nos demuetra la calidad de este pintor en teas religiosos y clásicos. Ya llegando al final, entre sus últimas pinturas, encontramos una alegoría de diferentes lugares de España, (Galicia…) una serie de 10, encargo de los gremios de Madrid. Y sobre todo, un cuadro de pequeño formato sin terminar: El Jardín Botánico desde el Paseo del Prado, encargo del rey, (que le ordenó pintar sitios reales y vistas de Madrid). Recoge un acto social en un día de verano en el recién inaugurado Jardín Botánico. Su dibujo es perfecto, y la minuciosidad de los personajes, digna de admiración.
Esta obra inacabada nos sirve para cerrar el recorrido de la exposición dedicada a Luis Paret, y, tras disfrutar enormemente de ella, contestar a la posible pregunta, por otro lado, no formulada en este escrito: Sí, Paret se merece una exposición en el Museo del Prado. Fue un artista culto, cosmopolita, inquieto y gran observador de la sociedad de su tiempo. Estas 80 obras lo corroboran, y la organización de las mismas en la muestra, es una aportación muy importante a la Historia del Arte. Muy recomendable.
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