Georgia O’Keeffe. Museo Thyssen. ¡ÚLTIMA SEMANA! Hasta el 8 de agosto 2021.
El verano es tiempo de viajes, de todo tipo, para huir del calor, o de la rutina, y sobre todo, los que realizamos como una forma de descubrimiento. Así me he sentido en la visita a la exposición de Georgia O’Keeffe en el Thyssen Bornemisza de Madrid, como un viaje a los paisajes de esta pintora, descubriendo su modo de explicarnos la vida a través de sus pinturas. Una invitación con fecha de caducidad, ya que solo queda una semana (hasta el 8 de agosto de 2021) para que la muestra marche al Centro Pompidou en París y Fundación Beyeler, en Basilea. Una invitación a experimentar una mirada pausada que nos hace su comisaria, Marta Ruiz del Árbol.
Georgia O’Keeffe, pintora americana que vivió 98 prolíficos y creativos años (Sun Prairie, Wisconsin, 1887-Santa Fe, Muevo Méjico, 1986) nos traslada a sus amadas tierras, a los colores que a ella le emocionaban y trasladaba con tanta sensibilidad a sus lienzos, en fin, a los paisajes que la vieron vivir. Nueva York, Lake George, Nuevo Méjico serán localizaciones que se harán familiares en el recorrido.
Pertenecía a un familia de orígenes europeos, emigrantes irlandeses y húngaros, que se preocupó de la formación artística de sus hijas desde muy jóvenes, primero en Chicago y después en Nueva York. Pero fueron las enseñanzas de Arthur Wesley Dow las que le encaminaron hacia una nueva forma de hacer arte, y en la temprana fecha de 1920 será una de las artistas de más fama en EEUU.
Por aquel entonces la formación artística consistía en copiar la naturaleza, orientación que desde sus inicios no gustó a Georgia. Siempre había demostrado una gran inquietud, una enorme curiosidad por la naturaleza, por todo lo que la compone, pero deploraba copiarla, interpretaba a su modo los paisajes, las flores, los pueblos abandonados o incluso de los rascacielos de Nueva York. Siempre aportaba su peculiar visión, colorista, llena de luz y de un trazo muy claro y definido.
Su carácter independiente está presente en toda su obra. Desde muy joven decidió dedicarse a la pintura, se rodeó de círculos artísticos y conocía la realidad vanguardista de los movimientos europeos de la primera mitad del siglo XX, sin dejarse influenciar por ellos de manera directa.
Sus primeros trabajos como ilustradora y diseñadora (y más adelante, profesora), le llevaron al mundo de la abstracción, que transitó junto a Alfred Stieglitz, fotógrafo y comerciante de arte que organizó la primera exhibición de obras de la pintora, unos dibujos a carboncillo, en 1916 que le hicieron saltar a la fama. Mostraba un nuevo lenguaje, casi abstracto, minimalista, de formas orgánicas, sin apenas color, en una exposición que le organizó Stieglitz con los dibujos que le llevó la amiga de Georgia, Anita Pollitzer, sin que ella lo supiera. Será el inicio de la relación entre Georgia y el fotógrafo, que durará hasta la muerte de él (relación que demostraba que también en lo personal fue una mujer muy independiente y decidida). La exposición del Thyssen comienza con uno de estos carboncillos (Abstracción temprana).
Ya desde 1920 se sentía atraída por representar la naturaleza, dibujos de flores, rocas, hojas y se especializó en imágenes de flores a gran escala, con las que adquirió mucha fama en EEUU. Siempre se negó a abanderar ningún movimiento feminista a raíz de sus cuadros, que identificaban con genitales femeninos, que ella negaba. Stieglitz en cierto modo contribuía a dar ese significado de género a su obra que ella rehusaba. No quería que la llamaran mujer-artista, ” artista” a secas, decía. Una artista, cuya audacia y singularidad era reconocida al otro lado del Atlántico, pero no tanto en Europa.
Esas flores inmensas eran un tema sacado de la naturaleza para conseguir que la gente lo viera de manera pausada “Las pintaré como inmensos edificios, la gente se sorprenderá, tendrán que mirarlas.” Flores inmensas como Estramonio. Flor blanca, una de las favoritas de su casa de Abiquiú, que se abre por la noche y que finalmente descubrió que era venenosa. (Estramonio es, por cierto, la obra más cotizada en la actualidad por una mujer artista,…pero ya hemos caído en el estereotipo que ella no quería). Flores inmensas de un colorido que cuidaba especialmente, para mostrar las emociones y sensaciones que producían en ella, sentía una atracción especial, una empatía que le llevaba a estar en comunión con la naturaleza.
Desde 1918 Alfred Stieglitz y Georgia O’Keeffe alternan estancias en Nueva York y Lake George. Los rascacielos de Nueva York que se elevan de modo vertical, mostrando la modernidad de la gran urbe irán apareciendo ante nuestros ojos, deslumbrantes en la noche. La visión que da a esos rascacielos será diferente, solo existen en función de la luz, de esas transparencias que daba a sus colores para emitir luz en una ciudad que paseaba por la noche.(Ritz tower) Una ciudad que terminó agobiándole y que cada vez frecuentaba menos a partir de 1930. (El East River visto desde el Hotel Shelton)
En Lake George le gustaba caminar los paisajes que pintaba, largas caminatas para deleitarse con los cambios de estación, se sumergía en la naturaleza, recogía impresiones y objetos que luego convertía en protagonistas de sus cuadros: rocas, huesos y pequeñas construcciones rurales (Los graneros. Lake George y Establos, sencillas pinturas muy modernas, que le recordaban su infancia en una granja). Los veranos en la casa familiar que Stiglietz tenía en Lake George le daban un respiro de Nueva York y mucha inspiración para sus obras: Nube de tormenta, El castaño, …Hojas de otoño, naturaleza muerta,a medias entre la ilusión óptica y la abstracción, gracias a los colores y la luz que desprenden). Sus inmensas imágenes florales comenzaron en este paisaje (Amapolas orientales ) tema que continuará a lo largo de toda su obra.
En torno a 1929, con su primera visita, se enamoró de una tierra desértica, de Nuevo Méjico, que hizo su hogar hasta el fin de sus días, siendo consecuente a esa comunión con la naturaleza que le caracterizaba. Sentía atracción por sus paisajes vacíos, que encajaban perfectamente con ella (se la definía como una persona solitaria, de personalidad “espinosa”). Decía que el cielo, el viento, todo era diferente allí. Le interesaban de modo especial la presencia de culturas nativas (Pueblo de Taos, Kachina)). Dejará Lake George para pasar los veranos sola en Nuevo Méjico. Tras la muerte de Stieglitz en 1949 se mudará definitivamente, alternando su residencia entre Ghost Ranch y la casa derruida de Abiquiú, que ella restauró y convirtió en su estudio. La muestra en el Thyssen se enriquece con fotos de su estudio, de ella, con objetos que atesoraba. Entendemos más su conexión con la naturaleza, y por qué se fue a vivir a un páramo. Los paisajes de la exposición de esta zona son inquietantes y emocionantes, comienzan a poblarse de esos objetos que recogía en los paseos, tales como huesos, creando obras cercanas al surrealismo (Pelvis con la distancia), paisajes que se van haciendo cada vez más abstractos, más minimalistas (Carretera al rancho).
Georgia O’Keeffe fue una gran viajera, y a partir de los años 50 viajará a Europa. Su gran curiosidad le hace moverse sin parar, seguir buscando inspiración, que a veces no dejaba rastro directo en sus obras, el viaje en sí, era la inspiración (a España vino en dos ocasiones, atraída entre otras cosas su fascinación por el Museo del Prado y por Goya).
Con todo este bagaje vital descubrimos a una mujer que no dejaba nada al azar. Era metódica, constante, rigurosa, todo en sus obras sigue un plan premeditado, dimensiones, texturas,la técnica a utilizar, las luces, las sombras. Y los colores “ Descubrí que con los colores y las formas era capaz de decir cosas que no podía decir de ninguna otra manera, cosas para las que no tenía palabras”. El color era fundamental en su proceso creativo, se han encontrado en su estudio cientos de muestras de colores, un auténtico catálogo que ponía bajo su paleta de cristal, de modo que las podía ver mientras hacía las diferentes mezclas, para conseguir un tono homogéneo.
Se ha querido clasificar su obra, entre la pintura abstracta y el surrealismo, lo cierto es que tuvo un estilo singular, innovador y único, un estilo propio y audaz, que forma parte de la vanguardia de la primera mitad del siglo XX en EEUU (Fue la primera mujer artista a la que el MOMA de Nueva York dedica una exposición individual, otra vez hemos caído en la cuestión de género). Artista incansable, a partir de los años 70, por un problema en la vista, solo tenía visión periférica, dejó de pintar al óleo, para dedicarse a la acuarela y experimentar con la alfarería.
La apuesta del Museo Thyssen, que posee 5 obras de Georgia O’Keeffe, y de su comisaria Marta del Árbol supone un homenaje a esta pintora, y una forma de hacerle un hueco mayor en la Historia del Arte de la primera mitad del siglo XX. Es un viaje conmovedor, inspirador y recomendable.
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