El Museo del Prado rinde homenaje al pintor catalán, conla exposición Mariano Fortuny (1838-1874), en las dos salas más importantes de la ampliación del Museo. Estará hasta el 18 de Marzo, y es una ocasión para conocer de cerca las facetas de acuarelista y dibujante del pintor.
Mariano Fortuny y Marsal, nació en Reus en 1838 y murió a causa de la malaria, en Roma con tan solo 38 años. Yerno del pintor Madrazo, y afamado pintor, la noticia se difundió rápidamente y apareció en la prensa ilustrada.
A los 20 años ya estaba en Roma, con una beca, aprendiendo el lenguaje clásico de la pintura. Así lo muestran los dibujos de la exposición del Prado y los que realizó más adelante en su viaje, ciertamente iniciático, a Marruecos. Fue destinado allí para ilustrar las guerras colonialistas de O´Donnell. De gran precisión, los dibujos muestran ya desde el principio una gran modernidad, al igual que en muchas acuarelas y pinturas, ofrece un punto de vista muy bajo, elevando la línea del horizonte, o haciéndola desaparecer. El detallismo de sus lápices, pasará a sus pinceles, así como el interés por un cierto costumbrismo.
Algunos dibujos de la muestra destacan especialmente, como El cabileño muerto, de rostro tapado, enormes pies, y acompañado por objetos marroquíes. Su admirado Goya está presente en muchos de estas imágenes. Cuya obra conoció y copió en el Museo del Prado (al igual que la de Ribera, su gran admirado, Velázquez y otros, copias que se pueden admirar también en la exposición del Prado).
El viaje a Marruecos llenará de luz las acuarelas y óleos de Mariano Fortuny. La batalla de Wad Rass, en Tetuán, es un óleo de encargo, y muestra su interés por la luz, por un ambiente de movimiento y agitación propio de un tema bélico, pero también por el paisaje.
Pero me permito fijarme sobre todo en las acuarelas, en ese trazo, tan pronto preciso como desleído, en esos colores, vivos en su mayoría, pero a veces inexistentes. El preciosismo y la delicadeza de la obra de Fortuny se descubre aquí, sobre todo, medio de estas escenas exóticas que le cautivaron a él personalmente, y a la sociedad que le rodeaba. Obras de pequeño formato, muchas de ellas bocetos para futuros óleos, llaman la atención del visitante, que termina la vista casi sin fijarse en los óleos de mayor formato y que le dieron la fama.
En palabras de A. Muñoz Molina
Cuando más nos gusta, cuando es, o nos parece, más original, es cuando se contiene, o cuando no se esfuerza demasiado. Qué superstición creer que cuanto mayor sea la complicación, el formato, el empeño, mejor será la obra.(Fortuny contra Fortuny, El País. 12.01.18)
El poblado cabileño, o los camellos indolentes echados en el suelo, el marroquí apoyado en un muro, …son muestras bien caras de un estilo que se adelanta a su tiempo, con una utilización de los blancos superpuestos que suponen una gran destreza técnica. Es capaz de guardar esos blancos en la acuarela, para los fondos de nubes,o las paredes encaladas, de manera magistral.
En otras ocasiones la acuarela, con pinceles que imaginamos finísimos, sirve para mostrar un gran despliegue de detalles y de vivos colores, como en El vendedor de tapices, y en algunas escenas de la Alhambra de Granada. Continúa la estela de lo exótico, del ambiente árabe que conoció en Marruecos y que trasladará a acuarelas como El tribunal de la Alhambra.
Mariano Fortuny viajó a Madrid , donde conoció a Federico Madrazo (director del Museo del Prado entre 1860-1868 y entre 1881 a 1894), con cuya hija Cecilia se casó, y entró de lleno en los círculos artísticos del momento. Su fama vendrá de la mano de óleos como La vicaría, que obedecían al gusto burgués del momento, tratando el tema de las bodas desiguales, pero que hoy desilusionan un tanto por mostrar ese costumbrismo que tanto daño ha hecho a la pintura española en ocasiones.
De entre los óleos que queremos destacar hay uno que muestra su amor por la estética japonesa, Los hijos del pintor en el salón japonés. La escena desenfadada, y la luz que sale de la pared, se completa con los detalles orientales, muy delicados, que quiere resaltar el pintor.
En el verano de 1874 se retiró a la villa Amata, en Portici, cerca de Nápoles, para que sus hijos pudieran bañarse en el mar, donde pintará sus obras maestras del final de sus días (adelantándose a pintores como Sargent o Sorolla). Se trata de tablitas de pequeño tamaño, en las que consigue una precisión admirable, sin dibujo preparatorio. Percibimos, sin la presencia de horizonte, el adormecimiento del niño en la arena, una arena negra, de lava, sentimos el calor del sol sobre su piel, a base de rosas, morados, azules y verdes, sacando toda la luminosidad que tiene el cuerpo del niño.
Estas imágenes cierran la exposición junto a un retrato de su mujer, Cecilia Madrazo leyendo, y la conocida obra, El viejo tumbado al sol, donde percibimos la huella que deja Ribera en Fortuny, y creemos que es un broche de oro a una carrera artística tan intensa como breve.