SUDA Yoshihiro. Escultura minimalista japonesa. Galería Elvira González. Hasta el 13 de enero.
Una tarde de otoño, de este impropio y caluroso otoño de Madrid, es un momento perfecto para perderse en una exposición. Tras dejar el tumulto de la calle y del metro sorprende la soledad, la vaciedad, más bien, de las salas de la galería Elvira Fernández. Casi vacías, estas salas se convierten en espacios que invitan al recogimiento que venimos buscando. Nos vemos obsequiados con una invitación a la paz, al sosiego que el arte de Suda Yoshihiro, artista hiperrealista, minimalista y delicadísimo. La sorpresa nos acompaña en ese disfrute de piezas mínimas, tan pequeñas que confundimos realidad e ilusión.
Suda Yoshihiro nace en 1969 en Yamanashi, una localidad al pie del monte Fuji, donde crece rodeado de naturaleza, pero es en Tokio, a donde se traslada en los años 90, y desarrolla su amor a la botánica, desde un entorno totalmente urbano. Su primera exposición fue dentro de un camión de alquiler aparcado en una calle del barrio de Ginza, en 1993. Actualmente vive y trabaja en Tokio, su obra ha sido expuesta por todo el mundo.
Por segunda vez, expone en España, y se trata de un despliegue muy sutil de pequeñas esculturas de plantas, flores o hierbas, que aparecen en sitios inesperados, talladas en madera de magnolio (también conocida cono honooki), teñidas con tintes naturales.
El magnolio ha evolucionado a su forma actual desde hace más de cien millones de años, y esencialmente no ha cambiado desde entonces. Me gusta la sensación de historia que emerge desde esta madera, apunta el escultor japonés.
Estas esculturas recuperan las ideas tradicionales de la belleza y la artesanía en el arte, y nos invitan a observar de cerca lo que es cotidiano y tantas veces consideramos insignificante.
Un narciso como única presencia, o una hoja de cerezo, comida incluso por algún insecto, nos hacen preguntarnos si estamos viéndolo todo, si no nos estamos perdiendo nada. Y nos hacen agacharnos para ver más de cerca esas mínimas muestras de la naturaleza. Y comprender que es tan importante la obra, como la instalación de la misma.
Suda Yoshihiro, artista autodidacta, estudia con mucho cuidado los espacios antes de colocar sus instalaciones. Encuentra muchas posibilidades en esquinas y recovecos, como podemos comprobar en cada sala de la exposición. Esas esquinas que nos sorprenden a cada paso, con pequeñas flores o hierbas, que debemos tener cuidado para no pisar.
El arte japonés es portador de un gran amor por la naturaleza, como toda su cultura, un amor casi religioso, que muestra el escultor en cada rincón de esas salas, que se presentan silenciosas y sugerentes. Dejando que cada visitante tenga sus propias sensaciones, dejando que se impregne de un mundo interior que va más allá de cada pequeña flor. Y lo hace con la sencillez de un arte minimalista propio de Japón, en este caso muy detallista, pero desprovisto de artificio.
Tallo cosas pequeñas, pero, aunque pequeñas, tanto que a veces pasan desapercibidas, tienen el potencial de cambiar la manera en que apreciamos un espacio. Creo que el arte puede cambiar nuestra perspectiva y manera de pensar. Nos motiva a ver cosas que de otra manera tal vez no veríamos.(S.Y.)
Y cuando creemos que hemos terminado de ver todas las minúsculas obras, nos volvemos otra vez, para ver si queda algo por disfrutar, por ver o descubrir. Y nos demoramos intentando que la vuelta al bullicio de la calle se retrase un poco más. Para, finalmente, salir y tener la certeza de haber disfrutado de una experiencia cargada de belleza.
Recientemente siento que el ritmo de la vida es demasiado rápido. Nuevos aparatos y tecnologías aparecen uno detrás de otro, sin embargo, nosotros, los humanos, no necesariamente evolucionamos al mismo ritmo. Por lo tanto,para cualquier cosa que demande técnica, como el arte, tienes que dedicar tiempo…(S.Y.)
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