FRANCIS BACON: DE PICASSO A VELÁZQUEZ. Guggenheim, Bilbao. Hasta el 8 de enero 2017.
El Museo Guggenheim de Bilbao reúne unas cincuenta obras de Francis Bacon, junto a una treintena de artistas franceses y españoles de todos los tiempos en la muestra Francis Bacon: de Picasso a Velázquez. Una ocasión única para acercarse de nuevo al artista británico.
Por Anap.
Cualquier excusa es buena para entrar de nuevo, o de nuevas, en el Museo Guggenheim de Bilbao. Y si la razón es acudir a una exposición de Francis Bacon, la ocasión se convierte en una fiesta para los sentidos. La muestra Francis Bacon: de Picasso a Velázquez, que acoge el edificio de la capital vizcaína, obra de Frank Gehry, consigue que el visitante no se lo piense más, y se pierda entre el titanio, el hierro y el cristal que lo conforman.
Francis Bacon se convirtió en uno de los artistas de mayor renombre del siglo XX. Y lo consiguió reflejando en su obra sus inquietudes, sus pasiones y sus tormentos. Británico, de origen irlandés (Dublín, 1909-Madrid, 1992) fue un auténtico autodidacta, sus pinturas se nutrían no solo de su genio, sino también de claras influencias de la pintura de todos los tiempos.
Difícil de clasificar, fue un artista figurativo (caracterizado por la deformación de sus figuras), siendo la pintura francesa y la española las principales fuentes de inspiración de este artista. Es la tesis que intenta demostrar la exposición que nos ocupa: De Picasso a Velázquez hace alusión a la doble impronta de estos pintores, y de muchos nombres más.
Procedente de una tradicional y acomodada familia británica de Irlanda, rechazado por su “vergonzosa” condición sexual (según su conservadora familia, y la sociedad del momento) Francis Bacon acude a París con solo 17 años. Descubre allí la vocación de su vida: ser pintor, tras acudir a una exposición de Picasso en la galería Rosenberg, allá por 1929. Eran los tiempos del nacimiento de un nuevo arte en el convulso tiempo de entreguerras, donde aún convivían el surrealismo, el cubismo, entre otras vanguardias. La muestra de Bilbao, ordenada cronológicamente, parte de esos primeros cuadros de Bacon. Se conserva poca obra de sus inicios, ya que fue destruida por el propio artista. Sus cuadros van acompañados de obras de Picasso, de su etapa de surrealismo biomórfico, de Juan Gris o Miró, de las que surgen sus Composiciones, Pintura y Gouache, que recuerdan a sus admirados pintores y amigos. Siempre consideró que Picasso era “el mayor genio de todos los tiempos”. Ya en estas primeras imágenes el visitante advierte que Bacon se sale de lo establecido, que ya comienza a interrogar con su extraña concepción del espacio y con sus deformadas figuras.
Fue Francis Bacon un hombre sin hogar, al menos él se consideraba antihogareño, no poseía una residencia fija, establecía su estudio en garajes, o en casa de amigos. Y le gustaba residir en hoteles y lugares de paso. El espacio será una constante en toda su obra, un espacio angustioso, agobiante , en el que sus figuras parecen presas.
Y aparecen también sus obsesiones. Desde sus comienzos aparece el tema de la Crucifixión, no como un referente religioso, sino como muestra de la crueldad del hombre con sus semejantes. El visitante que llega a Tríptico sobre la Crucifixión tiene que respirar profundamente, aguantarse la aversión que le causa la imagen de la carne descarnada e intentar no darse la vuelta ante lo que se presenta. Intervienen de repente los cinco sentidos, el olfato (el olor de la sangre) y el gusto (muy desagradable, con unas sensaciones…difíciles de describir, casi vomitivas), y el tacto, con una llamada a las texturas más crudas, y ásperas. El formato del tríptico era muy utilizado por Francis Bacon, le da una posibilidad de continuar una obsesión en tres imágenes, que no narran nada, sino que interrogan. J. Russell, crítico de arte, afirmaba “había pinturas en Inglaterra antes de los de esta obra (Tres estudios..) y pinturas después de ella, (pero ya ) nadie …puede confundir ambas”.
La presencia de otro pintor admirado por Bacon es clara en este tríptico: Rembrandt y sus bodegones de vacas desolladas. Las figuras aparecen deformadas de un modo expresionista, hasta terminar en un amasijo de carne. También se han encontrado referencias al rostro horrorizado de mujer, del Acorazado Potemkin. Violencia, crueldad y muerte, que se repiten en sus obras.
Francis Bacon siente verdadera atracción por Francia, y por muchos de sus grandes pintores: Ingres, uno de sus favoritos, Toulouse Lautrec, Bonnard, Cezànne, Soutine… París será su lugar de iniciación, de éxito, lugar de residencia de sus grandes amigos. En París, como ya hemos apuntado, surge su primera inspiración. Y en París, ya en 1971, recibirá su gran homenaje: una retrospectiva en el Grand Palais (segunda dedicada a un pintor en vida, la primera fue a Picasso). Rodin, Giacometti, (“la mayor influencia viva sobre mi obra”), serán también reconocidos entre las influencias de su obra.
Es una obra, la de Francis Bacon, cargada de desasosiego, llena de continua búsqueda de la propia identidad (la abundancia de autorretratos y espejos lo demuestran…). Él mismo decía que no creía en la inspiración de su proceso creativo… “solo necesito pintar”. Un pintor instintivo, movido por una fiebre creadora, que produce una gran cantidad de pinturas. Y otros referentes: el cine, la fotografía, las revistas o los libros de medicina están presentes en toda su carrera artística. El Acorazado Potemkin, El perro andaluz de Buñuel, pero también la poesía francesa…todo aparece en su obra para causar impacto, sensaciones directas a los sentidos, al corazón, sin pasar por el intelecto.
La muerte, el dolor, la violencia y el misticismo que emana de tantas obras de la exposición logran que el visitante tenga el corazón cada vez más encogido según avanza por las salas. Y lee frases del propio Bacon que ilustran su recorrido “Picasso abrió la puerta a todos los sistemas nuevos. Yo traté de poner mi pie en esa puerta abierta para que no se cerrara nunca”. Así vemos que Picasso en realidad solo fue un escalón más en la genialidad de Francis Bacon.
Se dirija a donde se dirija la vista, están llenas las salas de colores estridentes y planos, naranjas, rojos, que marcan la nada. Colocados en espacios cúbicos o circulares, como ruedos de sus admirados toros. Fondos azules, negros que anulan los espacios, como hacía ya Velázquez en sus mejores retratos. Colores que, en ocasiones, hacen homenaje a artistas como Van Gogh, tan admirado por Francis Bacon.
El arte español es el otro gran invitado a la muestra. Ribera, El Greco, Ribalta, Murillo, Goya y Zuloaga son muy conocidos en Gran Bretaña (conocidos y admirados por él también, que acudirá al Museo del Prado en 1956 y en otras ocasiones). Es pues un conocimiento del arte español pasado por el tamiz del gusto inglés. Y su gran obsesión, el pintor Velázquez (muy familiar para los ingleses gracias a La Venus del espejo). Y la obra que sirvió de inspiración a más de cuarenta de sus producciones: el retrato de Inocencio X (“el más bello cuadro del mundo”) que Velázquez hizo en su segundo viaje a Italia, en 1650. Queda seducido Francis Bacon por la fuerza de la mirada, del color, y sobre todo, por la concepción espacial que el artista sevillano despliega en el cuadro (que no quiso ir a ver en directo a la galeria Pamphili, y que conocía solo por grabados) Continuamente le hace crear imágenes encerradas en espacios abrumadores, angustiosos y obsesivos.
El mismo Francis Bacon afirmaba: “engullo miles de imágenes, como un albatros, como si fueran peces, después lo vomito sobre el lienzo”. El resultado es el de un caos ordenado, encerrado en unos espacios imposibles, que hacen los lienzos de menor tamaño. Durante 20 años y en un total de casi cincuenta obras, repetirá su obsesión, su estudios sobre el papa, como las que aparecen en la exposición.
Siguiendo el recorrido por la muestra del Guggenheim el visitante encuentra una zona dedicada a los retratos de sus amigos y conocidos. En pequeño formato, y nunca copiados del natural, sino de fotografías. Francis Bacon destaca los rasgos que definen a sus retratados. Miradas de inteligencia, de amistad incondicional, rasgos que muestran una sensibilidad especial. Rostros tranquilos, ya de los años 60 Y 70, pero que no por ello dejan de producir desasosiego al contemplarlos. Como si el visitante fuera un intruso que mira por el ojo de una cerradura, algo que le está vetado. Destaca un retrato de una figura sentada, en una postura imposible, por su especial fuerza, el retrato de Muriel Belcher, la dueña del Colony Room, lugar de reunión de artistas en el Soho londinense (Londres, Nueva York, con su primera exposición en 1953, y sobre todo París, serán sus lugares de éxito).
Las últimas obras expuestas parece que reflejaran una serenidad recobrada. Los espacios no son tan asfixiantes y retoma el tema español de los toros, como El estudio de un toro, de 1991, cuadro inacabado y posiblemente el último. La muerte le sorprendió a Francis Bacon, de naturaleza enfermiza por culpa del asma, en Madrid, en un viaje desaconsejado por su médico, y en un hotel cerca del Museo del Prado. Realmente, aunque la muestra está organizada de forma cronológica, no importa si por despiste, desorientación o un simple deseo, se comienza por el final. Igualmente sale el visitante impresionado, quizás confuso, y un poco asqueado por alguna imagen descarnada de Francis Bacon, pero nunca saldrá indiferente.
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Javier Boró
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Sencillamente impactante. Tienes que intentar meterte en su cabeza para comprender su obra. Las sensaciones de sorpresa, desánimo y admiración van de la mano. Toda una experiencia. Para repetir.
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