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René Magritte: La traición de las imágenes (La trahison des images) de París, Centro Pompidou. Hasta el 23 de enero, 2017.

Una gran monográfica del pintor surrealista  de origen belga, René Magritte (1898-1967),  invita a la reflexión sobre su humor y su sentido filosófico.

Por Alex Tak.

 

Cuando uno piensa en Magritte le viene a la cabeza una pipa que no es tal (o sí), unos hombres lloviendo y un chapeau melon negro, redondo, tapa y contenedor de ese “cráneo privilegiado” que fue el belga.

El Pompidou (o Beaubourg, como dicen los parisinos) se yergue majestuoso con su característica escalera tubular. Un edificio-máquina que empieza a retarnos ya con el juego de conceptos y percepciones que Magritte ideó para nosotros, el mundo.

 La trahison des images. Mientras leo la cartela me dan ganas de girarme, porque aunque las imágenes vengan de frente, la traición viene por la espalda y las obras de Magritte te apuñalan el cerebro por la base, obligándote a romper los esquemas visuales del mirar cotidiano de cada día. Nos reciben paredes blancas, casi cegadoras, uno es consciente de estar entrando en otra esfera: el mundo de las ideas que, de forma casi demiúrgica, Magritte nos ha ido disponiendo en el mundo de lo sensible.

El juego es constante, los ojos miran buscando más allá de la tela: presencias, ausencias, potencialidades y un sentido del humor ácido. Magritte sabía que podía jugar con nosotros, conocía la forma de mirar y de pensar del ser humano. Era capaz de ser parte activa en las tres perspectivas de sus obras: delante, detrás y dentro de ellas. Era ejecutor, espectador y elemento integrante de cada lienzo.

La exposición se divide en cinco constantes en su obra: fuego, sombra, cortinas, palabras y cuerpo fraccionado.  A medida que vamos avanzando, nos damos cuenta de la historia que su comisario, Didier Ottinger, ha querido contar: El fuego es violento, agresivo, pero entre sus potenciales efectos, está el empezar de cero, crear un terreno fértil en nuestro imaginario que nos prepara para vislumbrar las obras cada vez más surrealistas y filosóficas de René. Una de mis favoritas es L’empire des lumières:

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L’empire des lumieres.R. Magritte. 1952

El imperio de las luces. Uno observa la composición. Algo no cuadra. La farola proyecta una sombra de un elemento ausente. La mirada sigue el sentido ascendente y, tras superar la barrera de oscuridad, llega al imperio de las luces. Es de día. Luce el sol, luce la farola. Incongruencia de tiempos y visualidades. Empieza el juego.

El siguiente elemento discursivo son las cortinas: teatralidad, lo escondido entre bambalinas, una realidad hecha ficción y viceversa. En Les mémoires d’un saint, se nos presenta un cielo abierto, cuyo horizonte se extiende en la lejanía, encerrado por una tela de cortinaje roja, fina y maleable que, descarada, dobla una de sus esquinas para mostrarnos que ese paisaje libre, abierto a la infinitud, nos es más que un papel pintado que nos da la ilusión de una vía de escape. Nada de lo que vemos en una obra de Magritte es baladí. Ni las luces, ni la composición, ni las impresiones que nos evocan, él era consciente de todo ello y, cada cuadro, es un nuevo enigma a superar.

En Décalcomanie, nuestro cerebro busca llenar el vacío de ese recorte. Magritte nos propone la pieza, pero ¿y si es una invitación a que nosotros ocupemos ese lugar? Estamos en la posición correcta, sólo debemos atrevernos a dar un paso al frente e introducirnos en el cuadro, situarnos hombro a hombro con el hombre del chapeau melon y contemplar, junto a él, el mundo tras la cortina. Él ya había escapado de ella, su découpage ha sido su acto de liberación y rebeldía. ¿Aceptamos la osadía?

Ante el tópico una imagen vale más que mil palabras,  Magritte fue capaz de sublimar la palabra y su vínculo con la imagen. No podemos hablar del belga y no recordar la revolución de Ceci n’est pas une pipe. ¿Qué hace ser a algo: su representación, su visualidad, su nomenclatura?

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Ceci n’est pas une pipe. R. Magritte. 1928-29

La mejor reflexión de esta obra y del significado filosófico que él manifestaba en su obra, es del propio René: Si yo hubiese escrito sobre mi cuadro <>, habría mentido. Y no nos mintió.

Por último, la exposición nos asalta con el tratamiento fraccionado que Magritte hizo del cuerpo humano, sobre todo, femenino:

El cuerpo como máscara, cáscara. ¿Qué encierra nuestra apariencia exterior?¿Estamos compuestos de contenido en un continente o somos una sucesión de contenedores que encierran en los más profundo e inaccesible nuestro verdadero ser? Mientras lo exterior no es familiar, el interior se nos hace extraño. Aquello que todos llevamos dentro es lo más indescifrable, como vemos en Le double secret.

Y cuando llega la última obra, efectivamente, uno tiene la impresión de que le han diseccionado. La experiencia de La Traición de las imágenes es una descomposición de las ideas y del propio ser. Pero, ¿cuál es la traición? Que, al salir del museo, el resto del mundo parece ajeno a la sacudida que decenas de personas están experimentando en ese instante. Y cientos antes de ellas y miles después. Que el arte está pasando y, sin embargo, actuamos como si nada. Un último juego efectista de Magritte, un guiño, una burla. No le dejemos que se ría de nosotros, riámonos con él. Démosle esa segunda lectura a todo, busquemos lo real en lo irreal. El surrealismo cotidiano. Ceci n’est pas un article.

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Comentarios (1)

  • Avatar

    Joserra

    |

    Fantásticos los comentarios. Magritte no se merecía menos.

    Reply

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