Un nuevo viaje no necesita muchas excusas para llevarlo a cabo, no hace falta más que esa inquietud que caracteriza al viajero, y las ganas de recorrer lugares sugerentes que calmen un poco su curiosidad y su sed de nuevas experiencias de todo tipo. Si además el destino es el País Vasco, mucho menos, magníficos paisajes de interior y de costa, una suculenta gastronomía, una oferta cultural casi inabarcable, caminos por los que perderse, todo ello para que nuestros cinco sentidos se vean colmados y deseen repetir.
Si al destino de lujo mencionado añadimos un objetivo: seguir las huellas de algún artista, la motivación es todavía mayor. La emoción de elegirlo, de preparar la ruta unas semanas antes, de buscar las obras que quieres disfrutar y planear el recorrido, las paradas, intuyendo que los días no van a ser suficientes para ver todo lo que se quiere (con un ritmo pausado para disfrutar del viaje, claro).
Y si el nombre al que queremos hacer homenaje es Eduardo Chillida, ya lo tenemos todo completo. Solo hay que ir buscando su legado a lo largo de nuestro recorrido, sabiendo que el volumen de su obra es ingente y no podremos llegar a todo, de momento. Será una obra entroncada en la escultura contemporánea que aparecerá todo el recorrido: no solo Chillida, también Oteiza, Basterrechea, Lucio Muñoz.
Todos estos artistas se encuentran reunidos en el primer destino, el Santuario de Aranzazu, en el valle de Oñate, a continuación nos dirigimos a conocer el sueño de Chillida (y el mío por poder ir) , Chillida leku, para terminar en la Bahía de San Sebastián, a los pies del monte Igueldo, en su famoso Peine de los vientos y del monte Urugull con la Construcción Vacía de Oteiza.