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La infancia descubierta. Retratos de niños en el Romanticismo español. Museo del Prado , hasta 15 octubre 2017.

 

El Romanticismo,  de la primera mitad del siglo XX, no solo fue un estilo artístico, fue también un movimiento filosófico, literario, y hasta un sentimiento popular. La visión romántica de la vida era mucho más libre, más subjetiva, y mostraba una nueva sensibilidad hacia el arte, un movimiento casi siempre relacionada con el auge de la burguesía. Esta clase social emergente se  había hecho un lugar frente a la aristocracia, y había apoyado una serie de revoluciones que devolvieran a los países su identidad, y en muchos casos, su libertad. El Nacionalismo y el Liberalismo del siglo XIX están íntimamente unidos a la burguesía y al Romanticismo en toda Europa.

En España el arte romántico coincidió con la época isabelina y se identificó, quizás demasiado, con lo folklórico y lo popular, en especial la pintura, que representaba romerías, bandoleros, gitanos. Algunos pintores huyeron de este estilo, radicado sobre todo en Sevilla,  y emigraron a Madrid, entre 1830 y 1850, donde se desarrolla un estilo oficial, académico, en torno a la figura de Federico de Madrazo. Por lo que hubo dos principales focos de pintores románticos en España: Sevilla y Madrid.

El retrato es uno de los géneros preferidos del Romanticismo, y en concreto de un grupo de pintores: Esquivel, Valeriano D. Bécquer, Espalter, Carlos Luis de Ribera, y Vicente López, el mayor de todos ellos. El retrato infantil surge como un subgénero con mucha fuerza y durante el siglo XIX, era muy frecuente, relacionado con el ascenso de la burguesía y con los ecos de la Ilustración y las ideas de J.J. Rousseau. La espontaneidad, la gracia, la inocencia son características de la niñez muy afines al Romanticismo.

Este tipo de retratos ya no son muestra de una categoría social. La burguesía accede al arte, emula a la aristocracia, pero estos retratos son ya parte de la memoria de cada familia, se utilizaban en ocasiones como regalo. Son más costumbristas, naturalistas y cercanos que los que se acostumbraban a hacer en el siglo XVIII e incluso principios del XIX, se adaptan a la nueva clientela.

La mortalidad infantil va siendo cada vez menor, por lo que los niños van ocupando espacios en todo tipo de familias. Se comienzan a tener cuartos de juegos en las casas, se fabrican juguetes de modo más industrial, se crea una moda infantil. Son los niños seres con identidad propia, y no proyectos de hombres y mujeres como se les había considerado antes.

Y esto es lo que vemos reflejado en la pequeña muestra del Museo del Prado: La infancia descubierta. retratos de niños en el Romanticismo español.  Ocho cuadros, fechados entre 1842 y 1855,  de los cuales, solo uno de ellos se expone normalmente en sus salas. Las colecciones del siglo XIX son las más numerosas del Museo del Prado, unos 2700 cuadros, imposibles de tener todas en exposición,por lo que a veces están en depósito en alguna institución, o en los propios almacenes, como señala el comisario de la exposición, Javier Barón, Jefe de Conservación de Pintura del siglo XIX del Museo del Prado.

Al ser una muestra tan pequeña, vamos a analizar cuadro por cuadro.

Comenzaremos por el retrato de Federico Flórez y Márquez, realizado por Federico de Madrazo, en 1842. El insigne pintor, hijo de José de Madrazo, nacido en Roma, donde su padre trabajaba para Carlos IV en el exilio, recibió una formación académica en la capital italiana,  y en París, pasando incluso por el taller de Ingres. Cuando regresa a España, consolidó su carrera cortesana, pintando retratos de Isabel II, convirtiéndose así en retratista oficial de la corona, y en uno de los mejores de la pintura española en general. El retrato no era su género favorito, sino la pintura de historia. Pero será el que le hace más famoso. Es entonces cuando pinta este retrato infantil, no muy frecuente en su obra, por la dificultad que entrañaban copiar a unos modelos inquietos como los niños.

Federico Flórez y Márquez. Federico de Madrazo. 1842

Hasta entonces los niños eran retratados como adultos. Aquí el protagonista, de unos diez años, aparece de uniforme de gala de los Escolapios, del Colegio de Alumnos Nobles de Madrid, con brocados de oro, botones de plata, y sosteniendo un bicornio con borlas y espada, en actitud militar y un tanto arrogante. Como fondo observamos un paisaje velazqueño, abocetado, frente al retratado, de rostro infantil muy romántico, envuelto en un cielo tormentoso, a base de azules y grisáceos.

Expresa esta obra, la única  expuesta en las salas del Museo,  el gran legado de la pintura del Siglo de Oro, y muestra la maestría que alcanzó Federico  Madrazo. Creó un lenguaje propio, en el que los personajes están idealizados pero sin separarse de la realidad, acompañados de una descripción muy acertada de las calidades y texturas de la vestimenta de sus retratados.

Manuel y Matilde Álvarez Amorós (1853) de Joaquín Espalter y Rull, nacido en Barcelona, de formación académica, pertenecía a la escuela madrileña. En su estancia en Roma para su formación académica, entró en contacto con los nazarenos alemanes. Posiblemente de ellos aprende un dibujo muy depurado, nítido, para acercarse al Renacimiento. Se convierte en un pintor purista, siguiendo el estilo de Rafael. Son destacables las calidades de este retrato, y por otro lado, la simplicidad de la composición.Espalter bis


Aparecen dos hermanos de corta edad, tres y ocho años,  en un jardín, una muestra de naturaleza controlada, con un gesto muy tierno, al pasar la hermana la mano sobre el hombro del pequeño.  En el siglo XIX aumenta la demanda de retratos de niños, como forma de memoria, de loa, de gloria. Los protagonistas aparecen impecablemente vestidos, pues la moda infantil nace en este momento. Comienzan las revistas de moda, los cuentos para coleccionar, mobiliario adaptado a niños, incluso en las escuelas,  y los juguetes. Destacamos las calidades del sombrero de capota, ribeteado de flores, y la piel de armiño en colores pastel y  rosa. Es un retrato relajado en una escenografía un tanto teatral pero de cierta naturalidad por el gesto amoroso de ella. Las calidades, los rostros, el gesto…lo hacen magnífico.

El retrato de Isabel Aragón Rey, de 1854, es del pintor Luis Ferrant, La protagonista, casi una mujer en miniatura, aparece acompañada de todo tipo de complementos: pañuelo en la mano, muy frecuente en el  Siglo de Oro, tira escocesa, de moda, que muestran a la vez ternura y elegancia, vestida con su camisa de blonda adornada con  lazos rosas. Es un retrato en el que la joven se ha puesto todo lo que tiene, incluidos los  largos pendientes y el peinado muy barroco. Con tenue iluminación,  observamos que ya no es una niña. La colocación de la figura y el barroquismo nos recuerdan un tanto a Zurbarán con influencia de la pintura francesa. Es el único retrato que está en un interior.Isabel Aragón. Lluis Ferrant. 1854

Luis Ferrant, pintor nacido en Barcelona, de familia de pintores, se formó como académico en Roma y Nápoles, y vuelve a España, a Madrid, como pintor de cámara de la Reina María Cristina.

Niña sentada en un paisaje (1842) es obra de Rafael Tegeo Díaz, nacido en Caravaca, Murcia, de formación neoclásica, que se observa en el dibujo nítido y rotundo. Muestra una jovencita desconocida, de expresión melancólica, frente a un paisaje tratado al gusto inglés,  que expresa sentimiento, no es tratado de un modo objetivo, característica romántica. Este pintor muestra el eclecticismo académico entre el Neoclasicismo y el Romanticismo. Su fama vino dada en el género del retrato y el paisaje, acuñando una tipología de retrato burgués en la que ubica a sus modelos ante un fondo paisajístico.Niña sentada en un paisaje. Rafael Tegeo Díaz. 1842

 

 

Vicente López pintor valenciano, academicista, es mayor que el resto, fue pintor de cámara de Fernando VII. Supo adaptar su lenguaje academicista a las modas románticas, en este caso con influencia de los retratistas ingleses. Es autor del retrato de Luisa de Prat y Gandiola (1845), luego marquesa de Brabançon. Todavía vemos la representación de una dama en miniatura, pero en estilo romántico, relacionado con la Arcadia, y cargada de naturalidad en sus gestos: sin sombrero, el pie desnudo sobre un tronco, y remangada para remojarse en una gruta. Muestra una decoración natural de muchos jardines de la época. Destaca por su esmerado dibujo, preciso y analítico.

Lluisa de Prat y Gandiola. Vicente López. 1845

Carlos Luis de Ribera, nacido en Madrid y amigo de Federico de Madrazo, formado en París. pinta en 1847 Retrato de niña en un paisaje. Cobran mucha importancia los detalles que rodean a la niña: los perros durmiendo, la moda que porta una  niña, de rostro muy tierno,  pero que son adornos de mujer, como la pamela de paja. Encontramos un dibujo riguroso, con un brillante cromatismo.Retrato de niña en un paisaje. Carlos Luis de Ribera. 1847

El foco sevillano estará representado por dos obras de Bécquer y Esquivel, respectivamente. El  Retrato de niña (1852), de Valeriano Domínguez Bécquer representa a la hija de de algún terrateniente, de rostro dulce, en el que contrasta la aridez de la tierra, con el exceso de ropa. Se observa la Influencia de Murillo, en las calidades de las carnaciones. Valeriano nació en Sevilla, como su hermano Gustavo Adolfo, con el que se trasladó a Madrid y llevó una vida bohemia. Recibió un encargo oficial que lo convirtió en pintor costumbrista, que idealiza a sus personajes, con un estilo muy cuidado.  Posteriormente se desliga del foco andaluz y se convierte en un retratista de gran talento. Murió muy joven, a los 36 años.Retrato de niña. V.D. Bécquer. 1852

Raimundo Roberto y Fernando José, hijos de la infanta Josefa Fernanda de Borbón (1855),  exiliada por matrimonio morganático,  están retratados por A. Esquivel . Supone una proclama de las ideas del libre albedrío y el liberalismo del padre de los niños, José Güell. Presenta la necesidad de vivir en la naturaleza. Una infancia diferente, pura, humilde, sencilla, fuera de lo normal. La obra Emilio de Rousseau le influye en la búsqueda de una educación libre. Los niños aparecen como pastorcillos de la Arcadia, descalzos, vestidos con pieles de animales, con un collar del perro en cuyo pone libertad y los protagonistas liberando un jilguero aunque se ve un retrato manido, poco fresco, y una escenografía propia de la escuela inglesa.

 

Antonio M. Esquivel, pintor nacido en Sevilla, emigró a Madrid, donde fue pintor de cámara e ilustrador. Frecuentaba las tertulias literarias de los escritores románticos, a los que retrató en numerosas ocasiones. Esquivel tenía mucha paciencia para retratar niños, era el mejor de la época.Raimundo Roberto y Fernando José, hijos de Josefa de Borbón. A. M. Esquivel. 1855

Merece la pena recorrer con calma esta sala del Edificio Villanueva para dejarse sorprender con una nueva visión del retrato, y por las miradas de los niños retratados.

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