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Reencuentro. Museo del Prado. Hasta el 13 de septiembre.

Al entrar en el Museo del Prado, tras este parón causado por la pandemia del siglo XXI, me da la bienvenida, nada más y nada menos, que La Anunciación de Fra Angelico recién restaurada. Ya no hay que buscarla por las salas, lo que por un lado quita la sorpresa, ahora te sale al encuentro ese azul del manto de la Virgen, esos trazos valientes del fraile dominico, y los dorados, restos todavía de una mentalidad medieval que se estaba marchando.

El Reencuentro en el Prado es para no cerrar la boca en el todo el recorrido, que han conseguido muy completo y accesible, para conocer lo mejor. Y muy intenso.

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Después de admirar al pintor florentino, una se da la vuelta y se encuentra El Descendimiento de Van der Weyden, que también había que perderse para encontrarlo. Siglo XV enfrentado, Países Bajos e Italia, un concepto bien distinto de la pintura, y tan modernos los dos. La composición de la tabla flamenca es impecable, su colorido, sus transparencias, pero sobre todo la emoción de cada personaje. Y la mía, al encontrarlos de nuevo, en otro paisaje.

 A la exposición organizada por el Museo del Prado, Reencuentro, se entra por la puerta de Goya, subiendo la escalinata, esperando riguroso turno y con todas las medidas al uso para la seguridad sanitaria. Una vez pasado este protocolo, sé que el Prado me dará un sorpresa, como siempre lo hace cada vez que vengo. Esta vez con más razón, la adecuación a esta situación tan extraña que no quería dejarnos sin poder ir a contemplar a sus maestros.

A lo largo de la Galería principal, después del recibimiento que he mencionado se irán desplegando Carlos V deTiziano, El Lavatorio de Tintoretto, Las Tres Gracias de  Rubens, además de obras Veronés, Rafael, El Bosco, Brueghel…hasta Caravaggio, todos los grandes de la pintura fuera de nuestras fronteras. Aburridos de estar tan solos durante tres largos meses. Entendiendo que se alimentan de la emoción de los espectadores, y de sus miradas.

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Pero también espera lo mejor del Greco, de  Zurbarán, Murillo, Ribera, y por supuesto Velázquez y Goya.

Por poner un ejemplo, la sala del Greco reúne retratos y cuadros de temática religiosa, tan místicos unos como otros, y en torno a Las Meninas encuentro a todos los enanos, los reyes, acompañados de Hilanderas y Borrachos. Una fiesta de palacio en toda regla, de las que no se pueden tener ahora. Un acierto, aunque sea demasiada información en la misma sala, y una nueva forma de acercarte al Museo del Prado.

En el camino de todo ello, maestros y aprendices se codean,  como Tiziano y Rubens en su Adán y Eva, o Goya, que aprende de Velázquez para sus retratos y en especial para su Familia de Carlos IV. Sus cuadros de la Guerra, Los Fusilamientos, La carga de los mamelucos, parece que se han reducido de tamaño al cambiarse de sala, por cierto, aunque nada de grandiosidad y de sorpresa hayan perdido.

Ninguno de ellos pierde valor, aunque sí intimidad, para mi gusto necesaria a la hora de contemplar tanta maravilla.

Para despedirnos han elegido a ilustres pintores del siglo XIX, Sorolla, Fortuny, Carlos de Haes, de modo que la salida a la realidad, siempre con la mascarilla y la distancia regulada, sea menos chocante. Me da tiempo a a asimilar tanta joya mientras salgo bien acompañada por la Puerta de Murillo.

Es una sensación la de entrar al Museo del Prado, como cuando cambias los muebles de tu casa, cierras alguna habitación, y la sigues disfrutando. Eso sí…echando de menos algunas de las muchas joyas menos conocidas del Museo.

Feliz Reencuentro.

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